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Editorial: Muchos triunfos, muy poca legitimidad

Editorial: Muchos triunfos, muy poca legitimidad

La baja concurrencia a las urnas es un grito silencioso: la sociedad advierte que, tras casi 42 años de democracia, sus reclamos siguen sin respuestas.

En Chaco votó apenas el 52,1 % del padrón, en Salta el 58,75 %, en San Luis el 60,28 %, y en Jujuy el 65 %.  En este marco de mayor “eficiencia” de la “eficientización”, los gobernantes celebran cifras y se felicitan en sus propias fotos y videos, mientras el electorado hace oídos sordos.

Lo que en Santa Fe pudo haber sido un hecho aislado, hoy es la regla. Votar nulo, en blanco o ingresar al cuarto oscuro representa un esfuerzo inútil para muchos; por eso prefieren la abstención. La frase “Muchos triunfos, muy poca legitimidad” no es un lamento retórico: es una constatación de que, si el silencio es la voz más ensordecedora, la de las urnas mudas lo es aún más.

El mensaje ya no llega a las masas por medios tradicionales, como lo fueron en otros tiempos la radio y la televisión. La clase política, lejos de tomar nota, insiste en viejos manuales de mercadotecnia:

  • Acting protocolar: inauguraciones con planos cortos para ocultar la escasa asistencia, micrófonos sin logos de medios y “periodistas” que poco difieren de animadores de un club de fans.
  • Coreografía de gestos: el puño alzado, la postura de manos en V y la sonrisa forzada se repiten en cada spot; parecen marionetas sin hilos, ensayando un lenguaje corporal de autoridad sin sustento real.
  • Influencia digital a la fuerza: publicaciones diseñadas para Instagram y TikTok, títulos altisonantes, hashtags sobreactuados… Todo un espectáculo que, en el fondo, rebota contra el muro del desencanto.

Los políticos no logran conectar con la realidad, y este es un daño con mucho perjuicio. Ni el despliegue de banners, ni los jingles pegadizos ni las pancartas con lemas memorables logran reactivar la brújula ciudadana. Los ciudadanos lo saben: no es cuestión de forma sino de fondo. Mientras se ensayen técnicas obsoletas, la brecha entre la agenda política y las necesidades reales seguirá agrandando. El tiempo se agota, la esperanza, emparchada tantas veces, no alcanza para solucionar los problemas de la gente.

Alguien podría argumentar que, pese a todo, los gobiernos provinciales sostienen victorias electorales. Sin embargo, ¿de qué sirve un triunfo sin respaldo popular? De nada: es como un trofeo en una vitrina vacía. Los resultados exhiben oficialismos fuertes en las planillas de escrutinio, pero frágiles ante el cuestionamiento social.

Y he aquí la ironía suprema: en su afán por mostrarse “épicos”, los dirigentes entregan un espectáculo de autocomplacencia. A fuerza de multiplicar selfies y titulares alabanciosos, solo demuestran su desconexión. La “eficientización” que pregonan se desmorona frente a barrios sin gas, sin cordón cuneta, rutas llenas de baches y contenedores de basura que rebalsan.

La pregunta que nos interpela no es menor: si las fotografías con globos y los propagandistas oficiales no bastan para convocar a la ciudadanía, ¿qué mecanismo renovador propone la dirigencia? Mientras no haya respuestas creíbles y proyectos concretos, el silencio electoral no será un dato pasajero: se tornará una norma.

Muchos triunfos, muy poca legitimidad… ¿Hasta cuándo podremos seguir viviendo esta paradoja?

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